...y tantas, tantas cosas que no te he contado
Hoy quería empezar a escribir recordándote, como todas las veces, y poniéndome en tu lugar. Cerré los ojos y traté de buscar la metáfora que me explicara cómo es todo aquello, qué hay allí... Y te vi claro y reluciente caminando en una senda angosta y sin asfaltar intentando encontrar la belleza en las ortigas que te tocan los brazos cuando sales de tu caparazón, tan sólo a pasear... Y entendí que toda realidad cambia según desde donde se mire pero que no todo de punto de mira es válido para cualquier realidad. Y entendí que tu esfuerzo por buscar esa belleza se vería sin duda recompensado dentro de unos años cuando veas que el niño que llevas dentro sigue ahí. Y entendí que te echo tanto, tanto de menos que no me quedan ganas de llegar al final de este texto para escribirte esta dedicatoria. Ay, Marruecos...
Cabras, calles y un tubap cualquiera: Queda un poco lejos la semana santa. Lo siento por las minúsculas, pero si algo he aprendido de Marruecos es a relativizar al máximo las religiones y a entender su punto práctico. Y como práctica que es, pues en vez de rezar en esta semana, pues yo decidía aprovechar, juntar unos días y hacer una escapada hasta Senegal. Si Rabat siempre me ha parecido una monarquía del contraste, Dakar es a todas luces una oligarquía del desastre. Cuando me había acostumbrado a pasar desapercibido e integrarme entre moros haciendo uso de mis facciones entre mediterráneas y moras y de tres frasecitas en árabe, se me ocurre dar un salto a un lugar en el que, según mi novio, si eres blanco se reluce como una bombilla. Tubap es la curiosa palabra en Wolof para llamar a los que somos de piel blanquita (bueno, al final todos somos marrones, más claro o más oscuro, pero marrones). Pero ser tubap implica mucho más. Implica ser una persona adinerada que tiene capacidad para viajar y que se cansó de Praga, Paris, Nueva York y se va de guay con el chaleco de cazar leones (copyright de Manu) a el África negra. Y esa es la etiqueta que llevamos todos los tubap en Senegal (80% algodón de conquistadores, 10% poliester de colonizadores y señores y otro 10% tactel de susceptibles pardillos para ser timados). Ya me jode que se me corte por el mismo patrón que a los colonizadores franceses (me jode de sobremanera), pero alguien tiene que resarcir la memoria histórica de los grandes imperios europeos. Me dejo de enrollar: Dakar, Sant Louis (incluida una de las reservas de aves más importantes del mundo), Isla de Goree y la Isla de Ngor fueron las paradas. A partes iguales, contrastes de olores, colores, impresiones, gente, baobabs, playas, hoteles y casitas de paja, cabras, algún tubap suelto y la Gran Francia muriendo.
La vieja estirpe de cruzados que alimentan a las palomas: Y el viaje a Senegal terminó y de nuevo de vuelta a otra realidad (no por ello peor y ni siquiera rutinaria). Aeropuerto, más aeropuerto y tren y llegué a Rabat. Bajaba mi maleta del tren de forma bastante torpe, todo hay que decirlo, cuando me quedé mirando a un señor que estaba dando de comer a las palomas. En ese momento una sola gota de agua cayó del cielo bastante nublado ese día y pensé: no creo en las señales, así que no escribiré sobre esto. Pero Antonio (por cierto, ¿cómo estás Antonio?) me había dicho algún día que mi manera de escribir le recordaba a "El Alquimista" y ante semejante cumplido decidí leerme dicha obra literaria, que sin duda, recomiendo a cualquiera. Existen 999.997 personas en el mundo que dan de comer a las palomas y, en Marruecos, es una profesión democrática y, por primera vez, para nada machista. Si un día podéis, hablad con ellos. Estos personajitos lo saben todo del mundo porque tienen espías de primera mano en cualquier plaza, cualquier parque, cualquier universidad... No hablo de las palomas. Hablo de los ojos de la gente que se le queda mirando y que traen paisajes de otros sitios y tiempos. Leen esos ojos y depositan toda su sabiduría en una sola gota de agua en un día lluvioso en Rabat, en la pinza de un cangrejo en un día de playa en Sant Luis o en las primeras hojas que caen en otoño en la Plaza de Barcelona en Salamanca.
Tengo que matar a Torbellino:Lo siento, pero se acabó Torbellino como personaje de los pequeños paisajes de mi vida en Marruecos. Sin entrar en detalles, nunca finjas ser lo que no eres abriéndote un huequito en el corazón de las personas. Bushra es su nombre. Torbellino ya no existe y no volveréis a oír hablar de ella.
Papás, mamás, las vistas de un hotel de lujo y un viejo vagón-cine: Siempre que me desplazo a Casablanca para trabajar, normalmente por una semana, me quedo en un hotel muy mono cortesía, entre otras cosas, de la falta de control del Instituto Español de Comercio Exterior sobre sus fondos en general, que podría detallar un poco más, pero ante el riesgo de jugarme mi beca, mutis. Siempre que me desplazo a Casablanca, lo hago además en tren... y siempre está ahí: el vagón-cine. Entre las paradas de Mohamedia y Rabat Agdal está aparcado un raído vagón del que estoy seguro que nadie sabe lo que tiene en su interior... Me han dicho que de vez en cuando lo utilizan para poner alguna película a niños de los pueblos cercanos, pero yo creo que ahí dentro es donde se esconde el hombre del saco y el burrito del hocico blanco de los cuentos de las noches de Marrakech... Los niños de Marruecos van al colegio algunos y trabajan otros. La idoneidad de la escolaridad obligatoria tan asimilada por nuestras mentes modernas es aquí discutible convincentemente. Se puede o no se puede estar de acuerdo, pero lo que no se puede es llegar tú solo a cambiar la realidad de una familia entera de un pueblo que todavía no tiene agua corriente y al que se llega en burro tras tres horas por un camino a 2400 metros sobre el nivel del mar. Introducirse en esa discusión es llevarte, de repente, un "no sabes nada sobre la vida". Y en efecto, no sé nada sobre su vida, así que ya no me atreveré a juzgarla a no ser que tenga algo interesante que aportarles. Los papás y las mamás de Marruecos quieren a sus niños como casi todos los papás y las mamás del mundo, pero los niños de Marruecos no patalean, no gritan, no lloran. A lo mejor es porque con tres años ya no son niños o, a lo mejor, porque nadie les llevó a ver una película en un viejo vagón de cine.
Hoy quería empezar a escribir recordándote, como todas las veces, y poniéndome en tu lugar. Cerré los ojos y traté de buscar la metáfora que me explicara cómo es todo aquello, qué hay allí... Y te vi claro y reluciente caminando en una senda angosta y sin asfaltar intentando encontrar la belleza en las ortigas que te tocan los brazos cuando sales de tu caparazón, tan sólo a pasear... Y entendí que toda realidad cambia según desde dónde se mire pero que no todo de punto de mira es válido para cualquier realidad. Y entendí que tu esfuerzo por buscar esa belleza se vería sin duda recompensado dentro de unos años cuando veas que el niño que llevas dentro sigue ahí. Y entendí que te echo tanto, tanto de menos que no me quedan ganas de llegar al final de este texto para escribirte esta dedicatoria. Ay, Marruecos...
Cabras, calles y un tubap cualquiera: Queda un poco lejos la semana santa. Lo siento por las minúsculas, pero si algo he aprendido de Marruecos es a relativizar al máximo las religiones y a entender su punto práctico. Y como práctica que es, pues en vez de rezar en esta semana, pues yo decidía aprovechar, juntar unos días y hacer una escapada hasta Senegal. Si Rabat siempre me ha parecido una monarquía del contraste, Dakar es a todas luces una oligarquía del desastre. Cuando me había acostumbrado a pasar desapercibido e integrarme entre moros haciendo uso de mis facciones entre mediterráneas y moras y de tres frasecitas en árabe, se me ocurre dar un salto a un lugar en el que, según mi novio, si eres blanco se reluce como una bombilla. Tubap es la curiosa palabra en Wolof para llamar a los que somos de piel blanquita (bueno, al final todos somos marrones, más claro o más oscuro, pero marrones). Pero ser tubap implica mucho más. Implica ser una persona adinerada que tiene capacidad para viajar y que se cansó de Praga, Paris, Nueva York y se va de guay con el chaleco de cazar leones (copyright de Manu) a el África negra. Y esa es la etiqueta que llevamos todos los tubap en Senegal (80% algodón de conquistadores, 10% poliester de colonizadores y señores y otro 10% tactel de susceptibles pardillos para ser timados). Ya me jode que se me corte por el mismo patrón que a los colonizadores franceses (me jode de sobremanera), pero alguien tiene que resarcir la memoria histórica de los grandes imperios europeos. Me dejo de enrollar: Dakar, Sant Louis (incluida una de las reservas de aves más importantes del mundo), Isla de Goree y la Isla de Ngor fueron las paradas. A partes iguales, contrastes de olores, colores, impresiones, gente, baobabs, playas, hoteles y casitas de paja, cabras, algún tubap suelto y la Gran Francia muriendo.
La vieja estirpe de cruzados que alimentan a las palomas: Y el viaje a Senegal terminó y de nuevo de vuelta a otra realidad (no por ello peor y ni siquiera rutinaria). Aeropuerto, más aeropuerto y tren y llegué a Rabat. Bajaba mi maleta del tren de forma bastante torpe, todo hay que decirlo, cuando me quedé mirando a un señor que estaba dando de comer a las palomas. En ese momento una sola gota de agua cayó del cielo bastante nublado ese día y pensé: no creo en las señales, así que no escribiré sobre esto. Pero Antonio (por cierto, ¿cómo estás Antonio?) me había dicho algún día que mi manera de escribir le recordaba a "El Alquimista" y ante semejante cumplido decidí leerme dicha obra literaria, que sin duda, recomiendo a cualquiera. Existen 999.997 personas en el mundo que dan de comer a las palomas y, en Marruecos, es una profesión democrática y, por primera vez, para nada machista. Si un día podéis, hablad con ellos. Estos personajitos lo saben todo del mundo porque tienen espías de primera mano en cualquier plaza, cualquier parque, cualquier universidad... No hablo de las palomas. Hablo de los ojos de la gente que se le queda mirando y que traen paisajes de otros sitios y tiempos. Leen esos ojos y depositan toda su sabiduría en una sola gota de agua en un día lluvioso en Rabat, en la pinza de un cangrejo en un día de playa en Sant Luis o en las primeras hojas que caen en otoño en la Plaza de Barcelona en Salamanca.
Tengo que matar a Torbellino:Lo siento, pero se acabó Torbellino como personaje de los pequeños paisajes de mi vida en Marruecos. Sin entrar en detalles, nunca finjas ser lo que no eres abriéndote un huequito en el corazón de las personas. Bushra es su nombre. Torbellino ya no existe y no volveréis a oír hablar de ella.
Papás, mamás, las vistas de un hotel de lujo y un viejo vagón-cine: Siempre que me desplazo a Casablanca para trabajar, normalmente por una semana, me quedo en un hotel muy mono cortesía, entre otras cosas, de la falta de control del Instituto Español de Comercio Exterior sobre sus fondos en general, que podría detallar un poco más, pero ante el riesgo de jugarme mi beca, mutis. Siempre que me desplazo a Casablanca, lo hago además en tren... y siempre está ahí: el vagón-cine. Entre las paradas de Mohamedia y Rabat Agdal está aparcado un raído vagón del que estoy seguro que nadie sabe lo que tiene en su interior... Me han dicho que de vez en cuando lo utilizan para poner alguna película a niños de los pueblos cercanos, pero yo creo que ahí dentro es donde se esconde el hombre del saco y el burrito del hocico blanco de los cuentos de las noches de Marrakech... Los niños de Marruecos van al colegio algunos y trabajan otros. La idoneidad de la escolaridad obligatoria tan asimilada por nuestras mentes modernas es aquí discutible convincentemente. Se puede o no se puede estar de acuerdo, pero lo que no se puede es llegar tú solo a cambiar la realidad de una familia entera de un pueblo que todavía no tiene agua corriente y al que se llega en burro tras tres horas por un camino a 2400 metros sobre el nivel del mar. Introducirse en esa discusión es llevarte, de repente, un "no sabes nada sobre la vida". Y en efecto, no sé nada sobre su vida, así que ya no me atreveré a juzgarla a no ser que tenga algo interesante que aportarles. Los papás y las mamás de Marruecos quieren a sus niños como casi todos los papás y las mamás del mundo, pero los niños de Marruecos no patalean, no gritan, no lloran. A lo mejor es porque con tres años ya no son niños o, a lo mejor, porque nadie les llevó a ver una película en un viejo vagón de cine.
Hoy quería empezar a escribir recordándote, como todas las veces, y poniéndome en tu lugar. Cerré los ojos y traté de buscar la metáfora que me explicara cómo es todo aquello, qué hay allí... Y te vi claro y reluciente caminando en una senda angosta y sin asfaltar intentando encontrar la belleza en las ortigas que te tocan los brazos cuando sales de tu caparazón, tan sólo a pasear... Y entendí que toda realidad cambia según desde dónde se mire pero que no todo de punto de mira es válido para cualquier realidad. Y entendí que tu esfuerzo por buscar esa belleza se vería sin duda recompensado dentro de unos años cuando veas que el niño que llevas dentro sigue ahí. Y entendí que te echo tanto, tanto de menos que no me quedan ganas de llegar al final de este texto para escribirte esta dedicatoria. Ay, Marruecos...
2 Comments:
At 2:44 p. m., Banyuken.es said…
> Y en efecto, no sé nada sobre su vida, así que ya no me atreveré a juzgarla a no ser que tenga algo interesante que aportarles.
Muy grande. Suscribo cada palabra de esa frase.
A ver si nos deleitas más a menudo con tu prosa.
At 12:04 p. m., fito said…
¿Soy un tubap? Esa es la principal inquietud que me ha asaltado leer tu post. En cierta medida probablemente lo soy, o lo sería... no lo sé. Lo pensaré, sin duda.
Muy buena tu narración, en tu línea. Si tienes tiempo y ganas escribe más a menudo, te lo agradecería.
Hasta pronto.
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