Ay, Marruecos

Colores de mi suave paso sobre un país de contrastes

martes, marzo 21, 2006

...y un asiento reservado para mutilados de guerra

Empecemos. Lo más difícil de escribir algo que no sabes muy bien cómo va a acabar es, sin duda, empezar. En especial si no quieres que parezca que todo lo que escribes es lo mismo... Ha pasado el invierno y menuda sorpresa: ¡frío y húmedo!. Mi pequeña cabecita -en sentido figurado, porque cabezón soy un tanto- se acomodó en agosto a que vivir aquí sería vivir un eterno verano... Todo lo eterno es demasiado y doce meses son muy, muy poco comparado con demasiado. Por eso, para cuando lo queráis leer, para cuando yo mismo lo quiera leer, dejo otro resumen (en honor a la síntesis) de lo que este cuerpecito -ahora sí que en sentido literal- ha absorbido del orden del desorden de este país... ¡Ay, Marruecos!

Llueve y hombres que no escribirán su historia: ¿Cómo puede llover tanto en un invierno tan cerca del desierto? Llevamos 3 meses sin parar de llover y, por fin, sale el sol. Nunca he sido un hombre de mar. Ni siquiera sé si alguna vez he llegado a ser un hombre o, solo soy un adolescente viejo que ya pasó el acné. Pero, de mar, lo que se dice de mar, seguro que no. Y he visto por primera vez la increíble belleza del mar tocando la tierra usando la lluvia para ello. Parece una tontería... pero me agarré mi reproductor de MP3, me puse la banda sonora de cualquier película triste y paseé por la orilla de la playa mirando al mar... mirando al mar... Y allí estaba, la serie de mi vida en uno de sus mejores capítulos. El increíble abismo de un momento que no se acaba o que no quieres que se acabe... Acto seguido volví la cabeza y los vi. Había hombres... varios hombres. Hombres que se sientan a ver llover. Hombres que sólo miran al cielo, que sólo miran al mar. Si estáis haciendo una lista de todos los rasgos que tiene este país, añadid, sin duda, la contemplación. Hombres que contemplan (y no mujeres). Hombres que se sientan, buscan una distancia prudencial con otros de tal manera que si tararean algo los demás no les oigan y esperan, y miran y... ¿pensarán en algo? No me iré de Marruecos sin conocer el misterio de los hombres que miran... No son jodidos románticos sin tele con mucho tiempo libre como pensaba al principio. Estoy convencido de que allá dónde miran hay algo y de que tengo que aprender a verlo... Lo que si estoy seguro es de que no escribirán nunca lo que piensan, así que intentaré sonsacárselo imitándolos, celoso de su secreto. Quizá algún día os lo escriba...

El resto de los hombres (y no mujeres): En este país la especialización de la especie humana en su género masculino no tiene límite. Ayer fui a compulsar unas fotocopias para hacerme la tarjeta de residencia -sino, pronto seré ilegal-. Tras dos horas (y creo que fui afortunado) conseguí compulsarlas. Un hombre me preguntó que qué quería. Otro me llevó al mostrador correcto. Otro me puso un sello en todos los documentos. Otro me subió a la planta de arriba del mismo edificio y el último (que tardó en aparecer en escena una media hora) me firmó en el hueco que el tercero había dibujado con un sello. Resultado, 1'60€, dos horas de mi tiempo para compulsar 3 fotocopias y 5 hombres empleados por el estado cuya productividad tendría casi cifras negativas... Claro, que si te pones a pensar que su salario es bajo, bajísimo; qué hacienda les retiene el 40% de todo lo que ganan todos los meses; y que nunca perdieron la sonrisa... Si te pones a pensar en todo eso, entonces te das cuenta de que, coño, era yo el que les estaba contemplando y pensando en ellos. Que había pasado dos horas de mi tiempo sin inmutarme, pensando en ellos, en cómo eran, en qué pensaban... pensando y contemplando... sin importarme, sin perder la sonrisa... como los hombres de la playa... Quizá algún día os lo escriba.

Un asiento reservado para mutilados de guerra: Había subido varias veces al tren que une todas las ciudades de la costa atlántica de Marruecos desde Tánger hasta Marrakech y que continúa en autobús hasta Agadir, el Torremolinos marroquí. Y nunca me había fijado que en todos los compartimentos había un asiento reservador para mutilados de guerra. En este país no quieren olvidar las guerras o no les dejan. Me puse a pensar mientras llegaba a Casablanca a trabajar e ideé, una absurda teoría. Seguro que es tan absurda que un sociólogo que me quiere mucho le parecerá penosa, simplista y descabellada. Pero la cuento, que pa' eso es mi teoría: Mi teoría versa acerca de los revolucionarios de la historia. De los que conocí y de los que no. De cómo convencidos de lo que hacían lideraron a sus poblaciones hasta un lugar mejor. De como murieron y fueron venerados. De como fueron venerados y luego murieron. Y de como alguien tomó su palabra en un determinado momento, después de su muerte, para empujar los espíritus de los que un día creyeron y mellarlos, y humillarlos y convertirlos en esclavos de una revolución absurda. Y oprimirlos... y usar los nombres de aquellos héroes para someterlos. Jesucristo, Mahoma (Mohamed), El Che, ... y alguno más al que no le gustaba San Valentín y lo demostró con creces. Gente que luchó por los suyos y les enseñó lo que sabían para que luego llegaran otros a interpretar sus teorías, a adaptarlas a sus ejércitos o a utilizarlas para someter a un pueblo con el miedo del pecado. Ellos fueron otros mutilados de guerra, pero ya no necesitan asiento.

Ay Marruecos y ay de cada uno de sus pequeños héroes... El vigilante de coches de mi manzana, que me invita a mirar el mar con él... Mi portero que me pregunta día tras día por mi mujer... Torbellino que ha descubierto que me encanta su cous-cous y se ofrece para hacérmelo todos los días... El encargado de seguridad de la Oficina, que ha aprendido este año a decir "Buenos días, Jorge" y me devuelve siempre la sonrisa...