Ay, Marruecos

Colores de mi suave paso sobre un país de contrastes

lunes, febrero 13, 2006

Requiem por la vida de una melodía...

Érase una vez una melodía melancólica. Se componía a partes iguales de tango, bolero y trova. Decían aquellos que la habían escuchado que su ritmo endiablado enganchaba. Decían que una vez que la oías, sin ni siquiera saber escucharla, no había vuelta atrás. Con tan solo unas cuantas notas y en un estribillo descarado, esta musiquita venía siempre con un trocito de letra dedicada a ti. Era como si en un gran discurso dirigido a las masas siempre hubiese una pequeña referencia, un guiño que decía que no se habían olvidado de ti...

Un día la melodía me dijo que si le cantaba al oído una canción de Sabina se enamoraría de mi... Y yo le dije ¡joder, pues sí que es fácil enamorarte a ti! Y poco a poco, sin saber por qué y sin poder evitarlo en mi mente daba vueltas y vueltas la canción de Sabina... Al principio me aprendí las últimas palabras de cada frase... luego me aprendí el estribillo. El comienzo. El final. Y, finalmente, toda la canción... Me la había aprendido... Lo que resultaba fácil en un principio ahora era inercial. Tenía la clave. Tenía las ganas. Tenía el espíritu. Tenía la fuerza. Tenía el ritmo. Tenía la letra. Tenía el baile. Tenía... Y cuando más dispuesto estaba a cantársela la melodía melancólica se tornó en requiem... Hacía frío fuera. Era un 13 de tantos malos y yo tocando madera... Encendí una vela... Lloré en mi cama... Y con las lágrimas ahogándome la garganta y sin saber muy bien que decir o hacer canté...:

Sentados en corro merendábamos besos y porros
y las horas pasaban deprisa entre el humo y la risa
Te morías por volver... con la frente marchita, cantaba Gardel
y entre citas de Borges, Evita bailaba con Freud...
Ya llovió desde aquel chaparrón hasta hoy...

Iba cada domingo a tu puesto del rastro a comprarte
carricoches de miga de pan, soldaditos de lata.
Con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte
pero tú no querías más amor que el del Río de la Plata...

Duró la tormenta hasta entrados los años 80.
Luego el sol fue secando la ropa de la vieja Europa.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió...
Mándame una postal de San Telmo, adiós, cuídate...
Y sonó entre tú y yo el silbato del tren...

Iba cada domingo a tu puesto del rastro a comprarte
monigotes de miga de pan, caballitos de lata.
Con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte
pero tú no tenías más a amor que el del Río de la Plata...

Aquellas banderas de la patria de la primavera
a decirme que existe el olvido esta noche han venido.
Te sentaba tan bien esa boina calada al estilo del Che
Buenos Aires es como contabas. Hoy fui a pasear.
Y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar
y me puse a gritar ¿Dónde estás?

Y no volví más a tu puesto del rastro a comprarte
corazones de miga de pan, sombreritos de lata.
Y ya nadie me escribe diciendo: no consigo olvidarte,
ojalá que estuvieras conmigo en el Río de la Plata...

Y no volví más a tu puesto del rastro a comprarte
carricoches de miga de pan, soldaditos de lata...


Era un 13 de tantos malos y yo, tocando madera... y yo, tocando madera, sonreí... Le había cantado la canción tarde pero a tiempo. Con el corazón en un puño y el puño en alto hice llegar la voz de mi garganta húmeda de lágrimas, traspasando incluso las sábanas de mi cama, hasta el lugar donde la melodía había decidido ir a apagarse. Tan rápido pero tan intenso. Tan intenso pero a tiempo. Tan a tiempo y tan injusto. Tan injusto pero cierto...

Y llegó... Mi voz cruzó el mar y remontó ríos. Y llegó. Sé que llegó porque cuando más asustado estaba, en un rincón de mi fría cama... la melodía sonó débil pero clara. Y sonreía... y me recordaba. Y me quería... y me quería... Sonreí tranquilo. La melodía se durmió y yo sonreí por saber que siempre la recordarían, que siempre la recordaría...

Érase una melodía melancólica... Érase un bolero, un tango y una trova...


A Ismael, que nunca se fue...